Por: Daniel Puyol Castiglioni

Competir es propio de los seres vivos y los humanos no estamos libres de esta cualidad. En el mundo del piloto no se está fuera de esta competitiva realidad en ningún momento. Bien temprano en los aeroclubes y escuelas de vuelo comienzan los comentarios y las rivalidades por saber quién es el que aterriza mejor, cuál es el alumno más aventajado o quién será el primero en volar solo, como si eso fuese una suerte de condecoración o premio al hombre alado.

La mayor parte de las veces, esta competencia generada, en vez de impulsar a los jóvenes pilotos a ser los que más estudian o los más seguros o los más respetuosos con las normas, los empuja hacia una contienda abierta que parece premiar al coraje y al arrojo desmedido sobre cualquier otro atributo profesional.

La necesidad de emociones fuertes, la testosterona fluyendo por doquier y la escasa experiencia en vuelo allanan el camino para que cada poco tiempo, un arriesgado y fantástico piloto termine muy mal y salga en las noticias.

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No siempre estas rivalidades comienzan por los propios pilotos, algunas veces se trata de presiones de que vienen desde las instituciones. El clásico de batir un record o nadie lo hace como nosotros ejemplificado en frases tipo: “en el próximo festival haremos acrobacia más bajo que los del aeroclub local”, o “si quiere llegar a tiempo le recomiendo nuestra aerolínea que vuela cuando las otras se quedan”.

¿Cómo puede un joven piloto huir de este tipo de presiones por parte de la organización o empresa?

Priorizar la seguridad sobre todo y seguir el camino del sentido común y la cordura en estos casos termina siendo un difícil dilema de resolver, y más difícil es cuanto más joven es el piloto en cuestión.

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Ese momento en el que un piloto se planta frente a su superior ante una situación anormal a todas luces y le dice: “no volaré acrobacia tan bajo, no hay necesidad y tampoco es seguro” o “este vuelo está demorado, y no despegaré con esta tormenta”, suele acabar en un pulso donde siempre el aviador lleva las de perder ante los superiores.

Luego no faltarán los comentarios de los potenciales rivales interesados en derribar al piloto que se niega a realizar una operación que él está viendo como insegura.

El clásico: “déjame a mí, que yo saco la faena adelante”, o el no menos frecuente: “me aburre hacer los vuelos que este piloto quejica no quiere hacer”. En este dilema no es el segundo, sino el primero, el piloto de más agallas y mayor coraje. Un coraje y un carácter que son dignos de imitar.

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La seguridad aérea es tarea de todos y a mayor cargo, mayor debería ser la responsabilidad. A medida que crecemos en nuestra carrera aeronáutica se debería volver imprescindible transformarnos en referentes de sensatez y profesionalismo para los más jóvenes.

El ejemplo de una operación segura y bien ejecutada por parte del jefe suele llegar a todos los integrantes de la organización, y ésta debe ser la norma y obligación de la casa. Sólo por este camino se llega a viejo volando.

Cuando hayamos logrado esto y sólo entonces, habremos llegado a ser de verdad, mejores pilotos.

Mi homenaje desde estas líneas para todos aquellos pilotos civiles y militares, a quienes les llegó el retiro por su edad o por otros motivos médicos que siguieron volando hasta el último día que les fue posible.

Vuelo Madrid — Barcelona